REVISTA DE
ARQUITECTURA, DISEÑO Y URBANIDAD
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA
DE GUERRERO
DADU
Numero 9
Año 2011
PP. 228 - 249
ISNN 2007 4727
EMPLAZAMIENTOS
GEOGRAFICOS RITUALES
DE TUMBAS Y NECROPOLIS
ANTIGUOS
César Augusto Ruiz Rivera
RESUMEN
Los espacios considerados sagrados en
todo el mundo se extienden desde el ámbito geográfico natural, a lo limítrofe
territorial privado, doméstico, y comunal, así como desde lo grupal tribal hasta
lo imperial. Todo espacio sagrado es un refugio regido por santos o espíritus
patronos que protegen a cada ser que habita dentro de su zona de influencia, o
bien al espíritu general que identifica a un pueblo o imperio. De entre los
espacios sagrados podemos identificar uno muy especial en el cual habitan y/o
descansan los cuerpos de ancestros quienes van engrosando el número de
inquilinos que esperan en il tempore o
tiempo mítico resucitar o revivir según sea la cultura donde se encuentre el
panteón sagrado, y en el cual rige algún tabú o deidad patrona regente de los espíritus;
estos dioses les han dado sustento cobijo y protección por medio de su
mayordomía como dios específico.
PALABRAS CLAVES:
Muerte, tumba, cementerio, rito
funerario, espacio sagrado.
ABSTRAC
The considered spaces sacred anywhere in the
world extend from the natural geographic scope, to bordering territorial
prevailed, domestic, and the communal thing, as well as from group the tribal
thing to the imperial thing. All sacred space is a refuge governed by patronos
saints or spirits who protect to each being who lives within his zone of
influence, or the general spirit who identifies to a town or empire. The and
between the sacred spaces we can identification one very special one in which
they inhabit and/or they rest the bodies of ancestors that are thickening the
number of renters who wait for in il
tempore or mythical time to revive or to reviver according to is the
culture where is the sacred pantheon, and in which it governs some taboo or
deity pattern runs of the spirits; these Gods have given his sustento them
shelter and protection by means of their mayordomía like specific God.
KEY WORDS:
Death, falls down, cemetery, funeral rite,
sacred space.
INTRODUCCIÓN
En este escrito analizaremos brevemente
el concepto de espacio sagrado y ritual de lo que se conoce como tumba, y necrópolis,
mejor conocido como panteón o campo santo, cada cual consagrada(o) ritualmente
de diferente manera en cada cultura. Así. Se describirá algunas zonas sagradas
como ejemplo de tumbas y cementerios, con su distribución y alineación espacial
dentro del medio ambiente.
Son tres los conceptos que utilizare para
entender a groso modo lo descrito: 1) Un rito funerario, es una práctica relacionada
con la muerte y el enterramiento de una persona. Esto está relacionado con
las creencias religiosas sobre la naturaleza de la muerte y la existencia de
una vida después de ella; estos ritos y costumbres implican importantes
funciones psicológicas, sociológicas y simbólicas para los miembros de una
sociedad. Así, el estudio del tratamiento que se aplica a los muertos en cada
cultura proporciona una mejor comprensión de su visión de la muerte y de la
propia naturaleza humana. Los rituales y costumbres funerarios tienen que ver no
sólo con la preparación y despedida del cadáver, sino también con la satisfacción
de los familiares de la permanencia del espíritu del fallecido entre ellos. 2) Se
puede entender que una tumba, es un espacio sagrado que resguarda los restos de
un difunto. Puede consistir en una pequeña capilla sobre un enterramiento. Son
de las construcciones más antiguas y universales. Tradicionalmente es la última
morada destinada a los muertos, por lo cual en ocasiones se decora con
mobiliarios y objetos personales del fallecido. Las tumbas han sido uno de los
motivos habituales para la construcción de hermosas composiciones
arquitectónicas, y siempre proporcionan una importante información sobre el
pasado histórico de los pueblos. 3) El último concepto es el termino panteón
que se refiere al espacio dedicado a un grupo o población de cuerpos de ancestros
de una población específica; Pero también se refiere al grupo de todos los
dioses de una religión o mitología específica. Cada uno de estos conceptos está
ligado a los otros dos, y creo que no debe de desligarse uno del otro, ya que
en toda sociedad existe una preparación del cadáver antes de
colocarlo definitivamente en el féretro, tumba, barco, cementerio, etc.
ENTIERROS TUMBAS Y
CEMENTERIOS ANTIGUOS
Los
primeros entierros de los que se tienen evidencias son de grupos de Homo
sapiens. Los restos arqueológicos indican que el hombre de Neandertal
pintaba a sus muertos con ocre rojo. Las prácticas de lavar el cuerpo, vestirlo
con ropas especiales y adornarlo con objetos religiosos o amuletos son muy
comunes. El tratamiento funeral más laborioso es el del embalsamamiento, que se
originó casi con seguridad, en el antiguo Egipto. Los egipcios creían que el
cuerpo tenía que estar intacto para que el alma pudiera pasar a la siguiente
vida, y para conservarlo desarrollaron el proceso de la momificación. En la
sociedad occidental moderna se permea un sin fin de creencias de acuerdo a la
doctrina religiosa en la que se ve inmersa la persona, y de acuerdo a la urbanidad
de cada ciudad se realiza este proceso para evitar que los familiares tengan
que enfrentarse con el proceso de putrefacción de los restos, ya que implicaría
una contaminación.
Las diferentes formas de despedir
al difunto están en función de las creencias religiosas, del clima, de la
geografía y del rango social. Universalmente el enterramiento se asocia a algún
culto de conservación de la memoria de los antepasados, o a las creencias en la
otra vida. La cremación se practica en algunas culturas con la intención de
liberar el espíritu del cuerpo. La exposición del cadáver al aire libre es
común en las regiones árticas, y entre los parsis (seguidores de una antigua
religión persa, el zoroastrismo), tiene un significado religioso.
En la antigüedad, otras prácticas era arrojar
el cadáver al agua o sobre un barco acompañado en ocasiones de la cremación; y
por último en sociedades tribales primitivas se acostumbró en algunos casos el
canibalismo después de haberlos sacrificado; fue un
banquete antropófago, que era un evento religioso y social muy importante donde
se comía al muerto que era divinizado por medio de un ritual, para unir algunos
atributos personales con él que consumía parte de su cuerpo. Una práctica
simbólica difundida entre algunos grupos cristianos y católicos es la comunión
o consumo del pan y el agua que significa participar del cuerpo y la sangre de
Jesucristo. Pero el fin último, se trataba de una ocasión para invitar y honrar
a familiares; para hacer relaciones con personajes importantes y ganar
prestigio gastando el producto de años de trabajo.
El funeral (traslado del
cadáver al lugar de su enterramiento, cremación o exposición) supone una
ocasión para celebrar un ritual que varía en complejidad. Lo más frecuente, el
transporte del cuerpo se convierte en una procesión con un ritual fijo. En el
hinduismo la procesión al lugar de la cremación va precedida por un hombre que
lleva una antorcha. Llegado al lugar previsto, el cortejo se pasea alrededor
del féretro; y antiguamente, en algunos grupos, la viuda realizaba el suttee, es decir, se auto-incineraba en
la pira funeraria del marido. Finalmente, las cenizas del difunto se
depositaban en un río considerado sagrado. En la antigua Grecia, en Egipto, y
en China los esclavos a veces eran enterrados con sus amos, ya que se creía que
en la otra vida el muerto iba a seguir necesitando sus servicios.
Los babilonios tenían la concepción de un
panteón (Dioses) formado por seres de forma humana, con poderes e inmortalidad
sobrehumanos. Eran invisibles al ojo humano, y regían sobre una parte
específica del cosmos, aunque fuera pequeña, y la manejaba de acuerdo con leyes
debidamente ordenadas. Cada uno estaba a cargo de uno de los grandes reinos del
cielo, la tierra, el mar y el aire; o de uno de los mayores cuerpos astrales
como el sol, la luna y los planetas; o dentro del dominio terrestre, de
entidades naturales como ríos, montañas y planicies, y de entidades sociales,
como ciudades y países. Representaban algunas herramientas e instrumentos. Cada
babilonio tenía un dios personal, o ángel guardián bueno, a quien se le ofrecía
oraciones para lograr la salvación del alma después de la muerte.
El dios tribal babilonio era Marduk, (dios tribal amorreo), quien antes del gobierno de Hammurabi, en los siglos XVIII y XVII
a.C., había tenido un papel secundario y relativamente sin importancia en la
vida religiosa de la zona. De acuerdo con el poema de la mitología babilónica,
conocido como el Enuma elish, a Marduk
se le concedía el liderazgo del panteón y “el reinado sobre todo el Universo”
como premio por haber vengado a los dioses al vencer a Tiamat, la desafiante y salvaje diosa del caos y a sus seguidores.
Después de la victoria, Marduk
rediseñó el cielo y la tierra, ordenó y reguló los planetas y las estrellas, y
creó la especie humana. Además de los dioses del cielo, se hallaban los dioses
de los mundos inferiores, así como una gran variedad de deidades, amenazantes
de la humanidad.
Los babilonios tenían un terror a la
muerte. En general creían que al morir, el espíritu descendía al oscuro
inframundo y que la existencia humana en la sepultura era un reflejo desdichado
y tenebroso de la vida terrenal. No existía la esperanza de una recompensa
eterna para las personas honradas; todos estaban imparcialmente destinados al
inframundo. Considerando esto, no es de extrañar el Poema de Gilgamesh, obra que se centra en una
angustiosa e inútil búsqueda de la eternidad.
A través del tiempo por todas las
civilizaciones las tumbas se presentan complejas. En Egipto el cadáver se solía
introducir en un sarcófago o ataúd dentro de una cámara sepulcral. Los túmulos o
las pirámides son monumentos arquitectónicos para ensalzar la grandeza de los
reyes o los jefes religiosos, que ejemplifican que en ocasiones llegaron a ser
lugares de culto. Las pirámides de Gizeh
en Egipto, construidas por los faraones del Imperio Antiguo entre los años 2500
y 2400 a.C. Otra de ellas era la tumba del rey Mausolo (353 a.C.) en Caria (actual Halicarnaso), de cuya fama derivó la palabra mausoleo. Un gran
número de iglesias cristianas se construyeron sobre los enterramientos más
señalados o en su honor: la basílica del Vaticano sobre la supuesta tumba de San
Pedro, la catedral de Santiago de Compostela para albergar el cadáver de este
apóstol, o el monasterio del Escorial, construido como palacio y panteón de los
reyes de España. La gran stupa de Sanchi (India, siglo III-I a.C.) es uno
de los principales ejemplos construidos sobre un relicario budista. Las tumbas
islámicas más relevantes son la de Tamerlán
en Samarcanda (actual Uzbekistán, 1405), una estructura
copulada decorada con azulejos donde descansan los restos del conquistador
mongol, y el Taj Mahal (siglo XVII),
mausoleo de mármol blanco construido en Āgra
(India) para una reina de la dinastía mogol.
Los enterramientos más antiguos conocidos, en los que se procedía de una
forma ceremonial, manipulándose al muerto, datan del cuarto milenio antes de
Cristo. En aquel tiempo, los sumerios amortajaban a sus difuntos, metiéndolos
en cestos de juncos trenzados. Textos antiguos dicen que lo hacían movidos por
el temor, siendo esto, una de las claves
para entender el invento del sarcófago o ataúd, que es un intento de conservar
y hacer imposible el retorno del muerto.
Pero el mayor conjunto simbólico para la
conservación del cuerpo para su retorno a la vida, y a la eternidad en el más
allá, se encuentra entre los egipcios en el mayor grupo de pirámides
que se encuentra en Gizeh, cerca de
El Cairo. La mayor de ellas, la Gran Pirámide del faraón Keops. Todavía se
conservan restos de unas 70 pirámides diseminadas por el territorio de Egipto y
Sudán. El antecedente de estas pirámides fueron las pirámides escalonadas,
llamadas así porque sus sucesivas capas o pisos de piedra o ladrillo parecen
enormes peldaños. El ejemplo mejor conservado de este tipo de enterramientos es
el de Saqqara, cerca de El Cairo,
construido hacia el año 2600 a.C. todas estas construcciones piramidales
guardan una direccionalidad con referencia hacia el Norte-Sur geográfico. Este
es un hecho que iré resaltando en este escrito como característica de la
distribución y ubicación geográfica de tumbas y Necrópolis o cementerios
antiguos.
Pirámide de Kefrén
en Gizeh. El conjunto de pirámides de Gizeh es una de las
obras arquitectónicas más conocidas. La pirámide de Kefrén alcanza una altura
de 143,5 m y se construyó como tumba para el faraón Kefrén hacia el año 2530
a.C. En la parte superior del edificio se puede observar la piedra que recubría
sus cuatro caras.
Bridgeman Art Library, London/New York/Giraudon
Interior de una pirámide. Las cámaras sepulcrales de las
pirámides egipcias albergaban el sarcófago del faraón y los bienes materiales
que debían acompañarle en su viaje al más allá. Estas cámaras estaban situadas
al final de largos pasajes que podían estar sellados o construidos de forma que
confundieran a los posibles ladrones de tumbas. Esta sección transversal de la
pirámide de Keops muestra la disposición interna del conjunto de pasajes y
cámaras sepulcrales.
De las construcciones egipcias famosas está la de
Abu Simbell, emplazamiento de dos
templos a orillas del río Nilo, al sur de Asuán, en el Alto Egipto. Los templos
fueron excavados en un acantilado de piedra arenisca hacia el 1250 a.C.,
durante el reinado de Ramsés II. El
interior del templo mayor tiene una profundidad de más de 55 mts., y está
compuesto por una serie de vestíbulos y cámaras que conducen a un santuario
central. Este templo fue dedicado por Ramsés
II a los dioses principales de Heliópolis,
Menfis y Tebas. Está orientado de tal modo que los rayos del sol naciente
iluminan las estatuas de los tres dioses y la de Ramsés II, en la parte más profunda del santuario. El templo más
pequeño fue dedicado por Ramsés a su reina, Nefertari,
y a la diosa Hator. La fachada del
templo mayor posee cuatro estatuas sedentes de Ramsés II, cada una de 30 mts. de altura. Pequeñas estatuas de Ramsés II, de Nefertari y de sus hijos adornan la fachada del templo de Nefertari. El templo mayor tiene
numerosas inscripciones y relieves, algunos de ellos de inusual interés
histórico. Una serie de relieves representan la batalla entre egipcios e
hititas en Qades (Kadesh). Dos de las grandes figuras
sedentes de Ramsés tienen
inscripciones en griego que datan del siglo VI a.C. Fueron escritas por
soldados mercenarios griegos y se encuentran entre las primeras inscripciones
griegas datadas.
Una serie de enterramientos egipcios se
encuentran en la Necrópolis llamada Valle de los Reyes, utilizada por los
faraones egipcios del periodo del Imperio Nuevo (1570-1070 a.C.), situada
en la orilla occidental del río Nilo, en las proximidades de la antigua ciudad
de Tebas y frente a la actual ciudad
de Luxor. Aunque sólo a algunos
kilómetros al oeste del curso del río, el valle está limitado por altos
acantilados y una entrada larga, estrecha y sinuosa. Antes del Imperio Nuevo,
los faraones de Egipto, como ya sabemos construyeron complejos funerarios
consistentes en tumbas piramidales con templos adyacentes. El faraón Amenofis I (1551-1524 a.C.), de la
XVIII Dinastía, se separó de la tradición y construyó su templo más cerca del
curso del río, ocultando su tumba más al norte y al oeste, en los acantilados.
Sus sucesores continuaron esta práctica, pero decidieron que sus tumbas
estuvieran dentro del valle. Este fue probablemente un intento de impedir la
profanación y saqueo de las tumbas reales. Aunque ya no estaban marcadas por
una pirámide construida con millones de bloques esculpidos, las tumbas se
sitúan bajo la pirámide natural de la Escarpa, conocida actualmente como el
Cuerno (en árabe, Al Qurn). Todas las entradas direccionadas de Oriente
a occidente.
Templo de
Abu Simbel. (Egipto),
excavado en un acantilado de piedra arenisca hacia el 1250 a.C., consta de dos
templos. La entrada del más grande está flanqueada por cuatro estatuas
colosales de Ramsés II. Las cámaras que se encuentran detrás de las columnas se
adentran 55 Mts. en la roca.
Photo Researchers, Inc./Marion Patterson
En este emplazamiento se han encontrado treinta y
cuatro tumbas, empezando con la de Seti I
(1312-1298 a.C.), que fue descubierta en 1817 por el arqueólogo italiano
Giovanni Battista Belzoni. El cuerpo de Seti,
junto con otras 39 momias reales que se habían trasladado de sus lugares
originales de descanso, fue hallado en 1881 en una gran cámara funeraria en el
lado de los acantilados del Nilo. La mayoría de las tumbas se excavaron en la
roca sólida y contienen una multitud de estancias con textos jeroglíficos,
escenas mágicas y simbólicas esculpidos o pintados. La última tumba
descubierta, aparecida en 1922, fue la del faraón Tut Anj Amón (1334-1325 a.C.), que se salvó del saqueo completo.
Aunque fue robada dos veces, la tumba todavía contenía más de 5000 artículos
enterrados con el joven rey. Exceptuando a la esposa de Tutmosis II, Hatshepsut, que gobernó como reina, las esposas reales
eran enterradas varios kilómetros al sur en la Necrópolis, en el denominado
Valle de las Reinas.
Por todo el mundo la mayoría
de los ritos y ceremonias funerarios tienen similitudes mostrado por el horror
ante la eventualidad de que el espíritu del fallecido pudiera regresar al lugar
donde había transcurrido su existencia. O para procurar un viaje al mundo de
los muertos.
En los antiguos pueblos del norte de Europa
en ocasiones al fallecido se le ataban los pies, no se sabe el motivo de esto,
pero tal vez con la intención de impedir que el espíritu salga del cuerpo o
abandonara el sepulcro; o también, se le cortaba los pies,
o en su lugar se le decapitaba. Así, pensaban que evitarían que los muertos
persiguieran a los vivos. Ese temor ancestral obedece, asimismo, a la costumbre
entre los pueblos mediterráneos antiguos de enterrar a los seres queridos en
cementerios que estuvieran consagrados al occidente y lejos del poblado con el
fin de mostrarles el rumbo a seguir al inframundo. Se pretendía engañar al
difunto. Evitaban así que pudiera regresar al poblado, y para asegurarse, daban
varias vueltas por los alrededores para "despistar" al muerto.
En muchas culturas antiguas se solía sacar el cadáver por la parte trasera
de la casa, e incluso se llegaba a abrir un boquete en la pared occidental por
el que se sacaba el cuerpo del fallecido, orificio que era tapado
inmediatamente después del entierro.
El ataúd tiene su origen en
estos antiguos temores. La costumbre de enterrar al difunto bajo metro y medio
de tierra podía ser suficiente, pero para mayor seguridad se tomó la precaución
de encerrarlo en una caja de madera y clavar la tapa. Pero sobre todo esto fue
por motivos de salubridad ante la descomposición del cuerpo. Pero numerosas
muestras arqueológicas aseguran que el número de clavos que se ponía era a
menudo exagerado. Y no contentos con estas precauciones, se pegaba la entrada
de la tumba, o se la cubría con una pesadísima losa, lo cual dio origen a la lápida. Esto a menor escala en las
clases bajas, y en gran escala para los gobernantes fueron los grandes túmulos
o pirámides.
Hasta aquí el uso del sarcófago, ataúd, féretro, urna, caja o cajón, es la
muestra de la primer envoltura que resguarda al cuerpo humano y al parecer el
lecho que permite que el espíritu del muerto regrese y salga de la tumba la
cual es el pequeño espacio sagrado que acoge el ataúd. Es símbolo del
inframundo ya que es la “última morada”.
Pero no siempre los ataúdes se entierran, por ejemplo, existen lo que se
exponen al aire. Los ataúdes colgantes de los bos, una de las 56 minorías nacionales de la antigua China, son un
conjunto de sepulcros al aire que penden de los precipicios, y que por su
extraña y majestuosa naturaleza han sido incluidos entre las reliquias
culturales de preservación del país. Se concentran principalmente en el dique Matang y el golfo Sumawan, de la meridional provincia de Sichuan. Dicha zona acoge hoy a 265 féretros de este tipo, en lo
que constituye la mayor concentración de los mismos en todo el país. Los
féretros se encuentran en un muro natural que ve al oriente, a una altura de entre
diez y 50 metros de altura. El féretro más alto está a 100 m.
En algunas culturas de la
antigüedad se solía enterrar a personas vivas en los cimientos de las futuras
construcciones, para proteger el edificio de posibles infortunios. Cuentan que,
cuando fue levantada la ciudad de Tavoy,
en el sur de Birmania, colocaron un delincuente en el hoyo de cada poste, para
alejar a los malos espíritus. Este rito también fue utilizado por los antiguos druidas.
La
mayoría de los pueblos antiguos jamás osaban acercarse al lugar del eterno
reposo, en parte por un temor a ser arrastrados al mundo de ultratumba.
El
temor a la muerte fue el origen del luto. En la tradición occidental se
representó siempre con el color negro. Era una forma de mantenerse vigilantes
durante los primeros meses, considerados los más peligrosos. Con el luto se
pretendía evitar que el alma del muerto penetrara en el cuerpo de los
familiares vivos: era un intento de borrar la propia imagen para despistar al
alma en pena.
Tras el fallecimiento del
marido, la viuda lloraba desconsoladamente por tristeza sobre su ataúd, y se
revestía de un largo velo negro, y por la antigua costumbre al miedo del
espíritu merodeador del espíritu. El
velo era una máscara o disfraz protector.
En la antigua Roma se
enterraba a los difuntos al atardecer, en dirección occidente, guiados por un
propósito muy concreto: despistar al muerto. Llevaban antorchas, y cuando
llegaban al cementerio ya había anochecido del todo. Asociaban el fuego con la
muerte: de hecho, la palabra "funeral" viene de la voz latina funus, que significa "tea
encendida".
La muerte no siempre se ha
considerado el gran igualador de los hombres. En algunos templos de Escocia y
del norte de Inglaterra, la zona norte del cementerio se reservaba a los
criminales porque se consideraba de mala suerte enterrarlos sobre el eje de la
vida y del camino a mejor vida oriente-occidente. En este ejemplo se aprecia ya
una distribución de lo sacro y lo maldito dentro del espacio ritual y
consagrado. Algo parecido sucede con los entierros judíos, al negarles un lugar
consagrado y una bendición al sepulcro a los que no se consideran dignos.
En las sociedades occidentales
modernas los rituales funerarios engloban velatorios, procesiones, tañido de
campanas, celebración de un rito religioso y cantos. En los funerales militares
a menudo se realizan saludos especiales con salvas en honor del fallecido.
Algunas culturas tienen establecido un periodo de reclusión para la familia. La
tradición judía, por ejemplo, fija un periodo de siete días de reclusión (shivah)
después del funeral de un familiar cercano.
El deseo de mantener viva la
memoria del difunto ha dado lugar a muchos tipos de actos, como la conservación
de una parte del cuerpo como reliquia, la construcción de capillas, mausoleos,
la lectura de elegías y la inscripción de un epitafio en la tumba. Normalmente
son estas construcciones y distribuciones las que perduran a través del tiempo.
Como antropólogo interpreto las costumbres
funerarias como expresiones simbólicas de los valores de una sociedad
determinada. Esto lo apoyo por la observación directa participante, de que gran
parte de lo que ocurre en un funeral está determinado por la costumbre. Incluso
las emociones que se exhiben en los rituales funerarios pueden estar dictadas
por la tradición. A veces se alquilan plañideras, que no son familiares del
fallecido, sino personas que se alquilan para que lloren y se lamenten. También
los momentos y lugares donde los familiares deben mostrar su tristeza pueden
estar definidos por frustraciones personales o por reglas tradicionales
simbólicas.
En observaciones personales he detectado que a
pesar de la gran variación de prácticas funerarias, siempre existen cuatro
elementos simbólicos principales. El primer simbolismo es el color. A pesar de
que la asociación del color negro con la muerte no es universal, el uso de ropa
negra para representar la muerte está ampliamente difundido. Un segundo
elemento es el pelo de los familiares, que puede estar rapado o, por el
contrario, largo y desordenado en señal de tristeza. Un tercer elemento son las
actividades ruidosas como llantos, gritos, con golpes de tambor o cualquier
otro instrumento. Y como cuarto elemento, está la utilización de algunas
prácticas mundanas en la procesión con el cadáver. Interpreto y considero las
ceremonias que rodean a la muerte (así como las que acompañan al nacimiento, a
la iniciación a la edad adulta y al matrimonio) como ritos de paso.
En términos sociales, el significado
simbólico de la muerte se observa con mayor claridad en los funerales de los
gobernantes. En las culturas donde la tribu o la nación están personificadas en
el gobernante, estos funerales llegan a ser un drama político en el que
participa la mayor parte del país. El entierro de un gobernante no solo es un
evento religioso, sino un acontecimiento de considerables consecuencias
políticas y cosmológicas. Las pirámides de Egipto, por ejemplo, se convirtieron
en un símbolo y en una prueba de la autoridad real. Dado que los faraones
encarnaban la permanencia social y la autoridad espiritual y temporal, su
muerte ponía en peligro todos estos elementos de la sociedad. La participación
de sus sucesores en los rituales funerarios proporcionaba una sensación de
continuidad. En Tailandia, después de la cremación del monarca, el nuevo rey y
los miembros de la familia real tradicionalmente buscaban entre las cenizas
fragmentos de huesos. Estas reliquias se convertían en objetos de culto que, de
forma indirecta, significaban la continuidad de la presencia y autoridad del
monarca fallecido. En sociedades tan diversas como las de Inglaterra, la
Francia del siglo XVIII y el pueblo shilluk
en el Sudán, los rituales funerarios de los monarcas estaban relacionados con
ideas culturales sobre la naturaleza divina de la monarquía, del orden político
y de la transferencia de la autoridad.
Desde la prehistoria la práctica de
enterrar a los muertos debajo y al centro de las casas dio lugar a uno de los
prototipos más antiguos de tumba, es el centro y eje del mundo, con el fin de
que el mismo espacio doméstico ya sagrado diera cobijo al difunto para que este
mismo diera protección a los posibles males que se le pudiera hacer a la
familia, como ejemplo egipcio estas construcciones se repiten con similitud en
el norte de América. Comúnmente la
estancia era cubierta por un montículo de tierra. En otros casos eran túmulos enormes
de tierra, que se encuentran por todo el mundo, desde la ciudad de Petra (actual Jordania), o en Etruria. Las primeras tumbas masivas
cristianas fueron las galerías subterráneas llamadas catacumbas, símbolo del
inframundo. Los del norte de Europa o los tolos
micénicos hasta las stupas
hindúes, y los construidos por los indios del Ohio y el Mississippi en los Estados Unidos.
POR TODOS LOS VESTIGIOS ARQUEOLOGICOS
DE LAS ANTIGUAS CIUDADES DE MESOAMÉRICA SE PUEDEN APRECIAR QUE NO SOLO LOS
CEMENTERIOS Y TUMBAS ESTÁN DIRIGIDAS CARDINALMENTE DE ESTE A OESTE, ASÍ MISMO LO
ESTAN LAS CIUDADELAS Y CALZADAS PRINCIPALES, Y AUN LOS PUEBLOS INDÍGENAS DEL MÉXICO
ACTUAL. MENCIONARÉ COMO EJEMPLO EL CASO DE SAN ANDRÉS DE LA CAL, EN EL
MUNICIPIO DE TEPOZTLÁN, EN EL ESTADO DE MORELOS, MÉXICO, COMUNIDAD DE LA QUE ME
HE OCUPADO EN LOS DIFERENTES ESCRITOS PUBLICADOS HASTA AHORA. SUS DOS IGLESIAS,
LA PRINCIPAL MIRA AL OESTE, Y LA SEGUNDA DE FRENTE A LA PRIMERA MIRA AL ESTE.
SU CALLE PRINCIPAL CORRE EN ESTA DIRECCIÓN, Y LA ENTRADA DEL CAMPO SANTO SE
ENCUENTRA VIENDO AL ESTE; ASÍ, A LOS DIFUNTOS SE LES ACOSTUMBRA ENTERRAR CON
LOS PIES DIRIGIDOS AL OESTE, YA QUE SE CREE QUE LA ENTRADA DEL MÁS ALLÁ SE
ENCUENTRA EN ESTA DIRECCIÓN, DONDE MUERE CADA DÍA EL SOL.
En la Cultura adena en el valle del Ohio,
1000-100 años a.C. se construyeron montículos funerarios como el montículo de
la Serpiente, el ajuar lo componían figurillas de animales y otros objetos. Restos arqueológicos demuestran que la
cultura adena floreció junto a los
ríos Ohio y Kanawha, y que Virginia Occidental fue ocupada a mediados del siglo
XVII a.C.
NOS DICE FRANK WÁTER EN EL LIBRO DE LOS HOPI (1996) SEGÚN LA TRADICIÓN ORAL HOPI:
ALGUNOS HOPI MODERNOS CREEN
QUE EL GRAN MONTÍCULO DE LA SERPIENTE, POSIBLEMENTE FUE CONSTRUIDO POR SUS
ANTEPASADOS. ES LA IMAGEN MÁS GRANDE DE UNA SERPIENTE EN EL MUNDO. SE TRATA DE
UN TERRAPLÉN DE CASI CUATROCIENTOS METROS DE LARGO, SEIS METROS DE ANCHOS, Y
MEDIO METRO DE ALTO. LO CUBRE LA MISMA HIERBA QUE LO HA PROTEGIDO DE LA
EROSIÓN. REPRESENTA UNA SERPIENTE CUYO CUERPO SE EXTIENDE EN SIETE AMPLIAS
CURVAS. TIENE LAS FAUCES ABIERTAS. LAS PAREDES QUE LAS FORMAN MIDEN UNOS VEINTE
METROS DE LARGO Y SEIS DE ANCHO. ENTRE ELLAS SE ENCUENTRA UN GRAN
MONTÍCULO OVALADO. POR LO COMÚN SE CREE
QUE ES UN HUEVO A PUNTO DE SER TRAGADO POR LA SERPIENTE.
SEA CUAL FUESE EL ORIGEN DE
ESTE MONTÍCULO, UN MIEMBRO DEL CLAN DE LA SERPIENTE INTERPRETO SU SIGNIFICADO
DE ACUERDO CON LA TRADICIÓN HOPI CON BASE A UNA FOTOGRAFÍA Y UN DIBIUJO. NO
HABÍA PIEDRAS EN LA REGIÓN. POR LO TANTO, EL PUEBLO EN QUE VIVÍA LA GENTE, LOS
CERCANOS MONTÍCULOS FUNERARIOS Y EL PROPIO MONTÍCULO DE LA SERPIENTE ERA DE
LODO O CHOCHMO (MONTÍCULO DE LODO).
EL MONTÍCULO OVALADO REPRESENTA AL PUEBLO. FUE COLOCADO ENTRE LAS MANDÍBULAS DE
LA SERPIENTE A FIN DE MOSTRAR QUE CONTABA CON SU PROTECCIÓN. SU EXTENSIÓN QUE
SOBRESALE HACIA EL FRENTE, SEÑALA QUE LA SERPIENTE POSEÍA EL PODER DE PRODUCIR
LUZ. LOS DOS PEQUEÑOS MONTÍCULOS REDONDOS DE AMBOS LADOS DE LA CABEZA
CORRESPONDEN A LOS OJOS Y SIMULTÁNEAMENTE A LAS MARCAS CIRCULARES SOBRE EL
CUERPO. EL ENORME LARGO DEL CUERPO INDICA QUE CONSTITUYE LA SERPIENTE DE MAYOR
TAMAYO CONOCIDA POR EL PUEBLO. LA CABEZA DA AL OESTE PORQUE LA GENTE ESTABA
VIAJANDO EN ESTA DIRECCIÓN AL CONSTRUIR EL MONTÍCULO. NO OBSTANTE SE TRATA DE
LA SERPIENTE GUARDIÁN DEL ESTE QUE SIGUIÓ PROTEGIÉNDOLOS HASTA QUE LLEGARON A
LA PARED DE MONTAÑAS QUE SEPARA EL ESTE DEL OESTE. SE LLAMA TÓKCHI’I (GUARDIÁN DEL ESTE).
Los montículos de la cultura Hopewell, en Estados Unidos de
Norteamérica, son mayores, con forma de aves, osos, hombres, y su cultura
material más avanzada y rica. En el ajuar destacan las piezas de mica,
obsidiana, colmillos de oso y objetos de cobre martilleado y repujado,
colgantes, collares, pipas, instrumentos, pectorales y cerámica, utilizaron el
cobre, el hierro y la plata, y cultivaron maíz.
En 1894, Cyrus Thomas (Merrill, 1999), publicó su libro, Reporte sobre las Exploraciones de Montículos de la Oficina de
Etnología, y probó que los constructores de montículos fueron los ancestros
de los Indios Americanos. Este fue el nacimiento de la arqueología moderna
Americana, y el lugar del nacimiento americano de los kurganos.
Los Kurganos fue un pueblo ‘más temprano’ que los egipcios faraónicos y
los babilonios. Kurgano significa
“constructor de montículo”. En la lengua Larva,
kur, significa “montículo, colina”,
lo que corresponde en semejanza al Sumerio kur.ma
“una estrella que se levanta”, todo con la misma raíz básica kur, “colina, montículo” como en Kurgan. El significado ruso y turco significando
que es ‘túmulo o colina’ o ‘montículo artificial’.
Merril (1999)
escribe que los Kurgans Yamnaya (cultura
de Sepulcro de Hoyo), aparentemente comenzó sus migraciones en el Sur de Rusia
y las estepas ucranianas en el Mar Negro, llegando a Anatolia y Mesopotamia a
través de los Balcanes y Grecia, y a través del Cáucaso y luego hacia el este,
a Asia Central y hacia el sur a Irán.
Estas migraciones explicarían
todas las culturas con costumbres de tumbas-montículos que conocemos, incluso
aquellas que emergen en China (a través de los Tocharianos) y en el
Valle del Indus.
Los templos iniciales del Egipto
faraónico fueron hechos de ladrillos de barro, como en Mesopotamia, mientras
que la construcción en piedra vino después de esto, mimetizando el mismo estilo
de construcción arquitectónica que fue previamente usado para la construcción
en ladrillos de barro. Este hecho condujo al egiptólogo Walter Emery (1961-3) a
deducir que la cultura egipcia remontaba su origen a un pueblo inmigrante,
quizás del sur de Mesopotamia.
Los Kurganos se remontan con un pueblo europeo “anterior” que enterraba
a sus muertos de una manera que debe ser reconocida como precursores técnicos
de los más tardíos montículos de entierro de Babilonia y Egipto Walter Emery (1961-3).
Los restos de montículos que se
hallan en la cuenca del Misisipí ofrecen un silencioso testimonio de la
floreciente civilización que en un tiempo pobló esas tierras.
Algunos indígenas norteamericanos
apuntan a Cahokia como el origen de
numerosas tribus. Eduad S. Curtis (2008)
en su libro The Native Americans
señala que “los chickasaw, los seminolas y los choctaw, los crics, los cheroquis, los natchez y otras tribus,
descienden de los constructores de montículos del Misisipí”.
Ya en el año 700 a.C. vivían en
los alrededores de Cahokia los indios
de la cultura más antigua de las regiones boscosas, conocida como la tradición Woodland. Pero no fue sino hasta dos
siglos después que se construyeron los montículos. Este emplazamiento se eligió
por sus proximidades a tres grandes ríos, el Misisipí, el Misuri y el Illinois,
los cuales forman una fértil llanura aluvial que los geólogos denominan
American Bottom (Mink, 1992).
Se le ha llamado a Cahokia “la Jerusalén de Norteamérica”,
pues al parecer, la religión impregnaba todo el entramado social. “En su edad
de oro (1000-1150 a.C.), Cahokia poseía una teocracia sumamente
centralizada”. Los hallazgos indican que para sus habitantes, los conceptos de
religión y sociedad eran inseparables. “En su mundo se contraponían diversas
fuerzas: la luz y la oscuridad, el orden y la anarquía, el bien y el mal con
sus respectivas recompensas y castigos”
(Mink, 1992).
Los miembros de esta cultura
amerindia creían en el más allá y honraban a sus difuntos, sobre todo a los de
la clase alta con complejos ritos. Algunos montículos o túmulos contienen una
tumba y tal vez cumplían una función similar a la de las pirámides faraónicas.
Se ha especulado bastante sobre
el origen de esta civilización, y los especialistas no coinciden en sus
conclusiones. Francis Jennings (Mink, 1992), está convencido de que en fechas muy antiguas
hubo colonos mesoamericanos que llevaron tanto el maíz como su arquitectura al
valle del Misisipí.
“Es obvio que los colonos de
Mesoamérica superaron comercialmente a las tribus indígenas del valle del
Misisipí, a tal grado que, vistos en un mapa, parecerían un gran imperio.
Trajeron consigo la costumbre de construir pirámides truncadas y de coronar con
templos y edificios gubernamentales las plataformas más elevadas.”
Con todo, Jennings admite que
todavía existe un sinnúmero de lagunas. “Aunque los arqueólogos discuten si los
indígenas del Misisipí eran en realidad colonos mesoamericanos y le dan muchas
vueltas al asunto, no ofrecen ninguna alternativa verosímil” (Mink, 1992).
George E. Stuart (2003) señala: “Para muchos arqueólogos e historiadores
del arte, los montículos de plataforma, con su cuidadoso trazado en torno a
plazas, así como algunos artículos de cerámica, demuestran una clara influencia
(aunque tal vez indirecta) de Mesoamérica, a lo que hay que sumar las
variedades de maíz y frijoles halladas en los yacimientos”.
Como prueba de esto, el montículo
72 está construido sobre tres túmulos menores. Con sus 43 metros de largo, 22
de ancho y casi dos de alto, no son de los mayores, pero contenía una cantidad
increíble de enseres que arrojan luz sobre la vida en Cahokia. En su interior se enterró a quien debió de ser un
destacado jefe, a juzgar por los casi veinte mil abalorios de conchas del golfo
de México sobre los que yacía. Además, lo acompañaba un sinfín de ofrendas
funerarias, como 800 puntas de flecha, quince piedras cóncavas que se usaban en
juegos o deportes indígenas, gran cantidad de mica y un rollo de cobre. Se
encontraron también restos de otras 300 personas (en su mayoría mujeres
jóvenes), muchas de ellas posiblemente sacrificadas (Stuart 2003).
Existen tres tipos de montículos:
terraplenes rematados en cresta, que tal vez sirvieran para marcar cierta
ubicación, aunque algunos albergan tumbas; cónicos, probablemente empleados
también como túmulos funerarios; y en plataforma (de entre 1 y 30 metros de
altura), que sustentaban en la cima diversas edificaciones, tales como templos,
sedes de los consejos o viviendas de grandes personalidades (Stuart, 2003).
Si cruzamos la plaza central en
dirección norte, llegamos al montículo de los Monjes, llamado así por los
monjes trapenses que vivieron en la zona a principios del siglo XIX, quienes de
hecho cultivaron un huerto en esta elevación, la mayor del lugar. Se trata de
una pirámide truncada con cuatro terrazas superpuestas, cuya construcción,
realizada en catorce fases, se ha datado entre los años 900 y 1200 de nuestra
era. La base del montículo, que supera las seis hectáreas, es “mayor que la de
las pirámides de Egipto y México”. Con sus 30 metros de alto y 300 de largo, es
la mayor construcción terrera realizada en la América precolombina. En el lado
sur hallamos una larga rampa que conduce a las terrazas y que, como han
revelado las excavaciones, en realidad era una escalinata (Stuart, 2003). La direccionalidad oriente-occidente se da por los
costados ya que la entrada a la ciudadela se da al sur, posiblemente mirando en
dirección a sus orígenes: Mesoamérica.
Quienes no pertenecían a la
nobleza tenían prohibido subir a la cima, coronada por la gran residencia del
gobernante de Cahokia, un jefe
conocido como Gran Sol. “Allí el soberano y sus sacerdotes oficiaban ritos,
recibían a los emisarios del interior y administraban y vigilaban su dominio”,
sin perder nunca de vista las sedes de los consejos, los graneros, los
almacenes de provisiones, las saunas primitivas, los osarios, las viviendas y
otros edificios de la comunidad (Stuart, 2003).
También se divisaba la valla de
más de tres kilómetros que rodeaba la ciudad. Tenía bastantes torretas y fue
reconstruida en tres ocasiones, cada una de las cuales requirió 20.000 árboles.
Algunos arqueólogos opinan que era tan solo una barrera social, pero
seguramente también cumplía fines defensivos (Stuart, 2003).
Es todo un misterio el abandono de la ciudad para
el año 1500. No faltan hipótesis, pero hasta la fecha, las excavaciones no
reflejan ninguna epidemia, invasión o catástrofe natural. Puede que varios
factores, como el cambio climático y la deforestación, se combinaran para
provocar sequías, hambres y agitación social. A juicio de algunos científicos,
la ciudad adoleció de muchos de los males sociales endémicos de las urbes
modernas: contaminación, superpoblación, problemas con la basura e incluso conflictos
civiles. La ausencia de testimonios directos deja un gran número de
interrogantes.
En las sociedades prehispánicas de
América, la muerte era un acontecimiento muy ritualizado, lo que obligaba a
ceremonias de todo tipo, acompañadas de ofrendas, alimentos y objetos de
acompañamiento, y de regalos de mucha utilidad para el largo viaje al
inframundo que se iniciaba tras la muerte.
Los aztecas, creían en la existencia de
paraísos e inframundo, preparaban a los difuntos para un largo camino lleno de obstáculos.
Tenían que pelear para poder llegar al final y ofrecer obsequios y regalos al
señor de los muertos, que decidía su destino final.
Entre los mayas se diferenciaba el
enterramiento según la clase y categoría del muerto. La gente ordinaria se enterraba
bajo el piso de la casa habitación, pero a los nobles se destinaban tumbas
sobre las cuales se erigían templos, como es el caso del rey K'inich J'anaab Pakal,
en Palenque, que nació el 23
de marzo de 603 a.C. y murió el 28
de agosto de 683 a.C.), durante el periodo Clásico. Pakal (Escudo Gran Sol) conocido también como Pakal II o Pakal
el Grande, fue gobernante del estado maya de B'aakal, cuya sede era la ciudad de Palenque. Pacal es el más conocido de los Señores de Palenque, por los niveles de esplendor y
sofisticación que alcanzó B'aakal
durante su gobierno, así como por su tumba, considerada uno de los hallazgos
arqueológicos más importantes de Mesoamérica (Tiesler, 2004).
En el 615, Pakal tomó el poder a la edad de doce
años, cedido por su madre Zak. El reinado de Pakal, y de su descendiente (su hijo K'inich
Kan Balam II "Serpiente
Jaguar orientado al Sol", que gobernó entre el 683 y el 702 a.C., y que
mandó construir muchos de los grandes edificios públicos de Palenque), representa el mejor momento de la ciudad, habiéndose
aliado ambos con otros señores de ciudades vecinas mediante matrimonio (Tiesler, 2004).
La tumba, encontrada en el fondo del Templo de las
Inscripciones, en Palenque en una cripta secreta, fue
terminada de construir por su hijo mayor. El acceso a la tumba, se realiza por
una entrada orientada al oriente, una escalera que representaba la entrada al
inframundo, estaba bloqueada por piedras y tierra que fueron necesarios retirar
durante dos años. Una vez dentro del habitáculo, se pudo apreciar un enorme
sarcófago, de 20 toneladas. El sarcófago tiene un cosmgrma que representa la
muerte y la resurrección (Tiesler, 2004).
Bajo relieve de la lápida del sarcófago de Pakal, Palenque, México.
Otro ejemplo de tumba o necrópolis
insólita se encuentra en la Isla de Jaina, es un sitio arqueológico maya pre-hispánico en el estado de Campeche, México. Una pequeña isla de piedra caliza en la costa de
la Península del golfo de Yucatán, con una sola entrada al mar que da al occidente y
la separa de tierra firme. Jaina fue
un sitio maya para entierro de la élite, y se destaca por el elevado número de
figurillas de cerámica fina excavadas allí (Coe, 1999).
El nombre de esta isla necrópolis
probablemente viene de los mayas de Yucatán del na “granizo, o casa de
agua”. Su ubicación occidental puede haber sido vinculada
a la puesta del sol, y por lo tanto a la muerte (Muren, 2007), esto atestigua una vez más la costumbre de ubicar
cardinalmente el panteón.
Lo notable de la Isla de Jaina está ligado a sus 20,000 tumbas a su alrededor, (Muren, 2007). Dentro de cada tumba,
los restos humanos se acompañan de material de vidrio, de pizarra, o de
cerámica, así como una o más figuras de cerámica, por lo general en reposo en
el pecho del ocupante o colocadas en sus manos (Coe, 1999).
En cada una de
estas costumbres mencionadas era común que el entierro del difunto fuera con la
cabeza dirigida al oriente y los pies al occidente, al igual que la entrada del
panteón estuvieran dirigidos al oriente. En las antiguas culturas
mesoamericanas y de la actualidad aún se acostumbra y se cree en esta práctica
funeral. Se piensa como antaño que como el sol nace del oriente, muere
cíclicamente cada día al occidente, ya que la entrada al inframundo está en el
occidente, y los espíritus al morir caminan en ese rumbo. El origen de la población del entierro es aún
desconocido, pero probablemente viene de la región de Edzna, del cercano Chenes, y
regiones Puuc (Ball,
2001).
De la misma forma los
muralistas mayas, en la antigua Mesoamérica, plasmaron escenas mitológicas y
cortesanas en sus composiciones, los ceramistas reflejaron diversos aspectos
relacionados con temas similares. La cerámica polícroma asociada con las
prácticas funerarias fue la más extendida. La técnica era similar a la de los
murales aunque jugaron también con las posibilidades expresivas que les
brindaban el pulimento. Suelen ser cilindros, platos y fuentes de distintas
dimensiones donde la pintura cubría casi la totalidad de la superficie. Los
perfiles de los dibujos se realizaban en negro sobre un fondo monocromo, crema
o anaranjado. El otro estilo, del que se conservan muy pocos, son los códices.
Las figuras antropomorfas alcanzaron también una gran perfección. Las llamadas
figuritas de la isla de Jaina
incluyen una variada muestra de tipos físicos diferentes. A esta lejana isla
llegaban para enterrarse personajes ilustres de muy diversa procedencia, y los
artesanos de la necrópolis preparaban los ajuares que habían de acompañarles en
su viaje al mundo de los muertos, Xibalba
(Ball,
2001).
La talla de las piedras
semipreciosas, en jade y obsidiana, son una valiosa aportación del arte maya.
Figuras humanas, excéntricos y collares alcanzaron un grado de perfección que
las hizo ser incluidas en los ajuares de las tumbas.
Ah Puch,
dios de la muerte en la mitología maya; corresponde a Mictlantecutli en la azteca.
Gobierna el noveno y último mundo subterráneo, el Mictlan. Este dios está asociado a la lechuza y al perro. Simboliza
el principio del mal que lucha contra el bien; se le representa como un cuerpo
putrefacto con una cabeza casi cadavérica adornada con campanas y collares de
huesos y plumas. Se cree que de vez en cuando sube por la noche a la tierra en
busca de presas y ronda las casas de los enfermos pero, aunque el ruido de las
campanas le delata, no se le puede evitar. La única manera que tienen los
humanos de confundirlo es gritar y llorar de una manera sobrecogedora para
hacerle creer que no se encuentra en la tierra sino en el Mictlan (Coe, 1999).
Los mayas creían que había
trece cielos dispuestos en capas sobre la tierra y que eran regidos por sendos
dioses llamados Oxlahuntiku. La
tierra se apoyaba en la cola de un enorme cocodrilo o de un reptil monstruoso
que flotaba en el océano. Existían nueve mundos subterráneos, también
dispuestos en capas, y regidos por sendos dioses, los Bolontiku, que gobernaban en interminable sucesión sobre un ciclo o
semana de nueve noches. El tiempo era considerado una serie de ciclos sin
principio ni fin, interrumpidos por cataclismos o catástrofes que significaban
el retorno al caos primordial. Pero nunca se acabaría el mundo porque creían en
la palingenesia, la regeneración cíclica del universo. Los libros del Chilam Balam exponen predicciones acerca
de esos ciclos de destrucción y renacimiento, como la que relata la sublevación
de los nueve dioses subterráneos contra los trece dioses celestiales, el robo
de la gran serpiente, el derrumbe del firmamento y el hundimiento de la tierra.
También en el Chilam Balam se dice
que en 1541 llegaron los dzules, los extranjeros. Hasta ese momento
estaba medido “el tiempo de la bondad del sol, de la celosía que forman las
estrellas, desde donde los dioses nos contemplan”, pero llegaron los dzules
y lo deshicieron todo. “Enseñaron el temor, marchitaron las flores, chuparon
hasta matar la flor de los otros porque viviese la suya”: habían venido “a
castrar al Sol”. Según los mayas lacandones, cuando se acabe el mundo los
dioses decapitarán a todos los solteros, los colgarán por los talones y
juntarán su sangre en vasijas para pintar su casa. Después reconstruirán la
ciudad de Yaxchilan, donde se habrán
refugiado los lacandones. Según otra versión, los jaguares de Cizin, dios del inframundo, se comerán
al Sol y la Luna en su carrera estelar entre el oriente y el occidente (Coe, 1999).
Entre los mayas existen
tres moradas diferentes para los muertos: el inframundo, un paraíso que se
encuentra situado en uno de los cielos y una morada celestial. La primera,
llamada Mitlan, Metnal o Xibalba (así se la nombra en el Popol Vuh), está en el quinto de los
nueve submundos, el más profundo. Llegar hasta allí es peligroso: el muerto
necesita un par de calzados nuevos, debe pasar tres puertas y cruzar un lago
con ayuda de perros. La segunda, el paraíso, es un lugar ameno donde corre
leche y miel y equivale a la morada de los dioses de la lluvia o Tlaloc mexicas (véase Mitología azteca). En el paraíso hay además
un espacio para los niños, a quienes se coloca en un gran árbol lleno de pechos
de mujer que los siguen alimentando. Según algunas interpretaciones, también
los suicidas acaban en la segunda morada. La tercera morada está en el cielo
séptimo, el más alto, donde van los que han pasado una temporada en el
inframundo, los muertos en la guerra y las mujeres que murieron en el parto.
Uno de los dioses de la muerte más importantes es Cizin, también relacionado con los temblores de tierra y con el
color amarillo, símbolo de la muerte. No es casual su vínculo con el dios
Jaguar, a quien se considera señor de la noche estrellada, aunque en realidad
reina al mismo tiempo en el cielo, en la tierra y en el mundo subterráneo de
las sombras. Bajo distintos nombres (onza,
ocelote, yaguareté) aparece en distintas mitologías de África y América, como
en la tupí-guaraní, en una de cuyas
leyendas se cuenta que “Jaguar reventó el vientre de Sol, lo comió, le royó los
huesos” o, según otra versión, que tiene una piel de color azul celeste y está
esperando la orden divina para devorar a la humanidad.
En Perú en 1987, un equipo de arqueólogos dio
comienzo a las investigaciones sobre un grupo de tumbas en pirámide que habían
sido halladas intactas en el valle peruano del río Lambayeque, pertenecientes a
la cultura mochica, dos de ellas datadas aproximadamente en el año 250 y una
tercera fechada en el siglo I d.C. Los grandes señores de Sipán, fueron sepultados junto con numerosos adornos entre los que
se encontraban sus trajes ceremoniales y con numerosas vasijas repletas de
ofrendas. Una vez más la direccionalidad oriente-occidente con respecto a la
entrada está presente en estas tumbas
(Gifford,
1985).
Todas las piezas de orfebrería fueron
tratadas en su superficie, la técnica más llamativa es la del dorado que
consiste en eliminar la capa superficial de cobre que aparece en la aleación de
tumbaga, para hacer aflorar el oro
mediante un ácido de procedencia vegetal. El resultado es espectacular y
efectivo, pues el aspecto final es el de una pieza de oro puro. Esta es la
técnica empleada en los grandes conjuntos orfebres andinos, por ejemplo en gran
parte de las piezas de oro aparecidas en la tumba del señor de Sipán, o en los conjuntos de oro quimbayas de Colombia (Gifford,
1985).
Las características más notables de Sipán, conocido en la región como Huaca Cortada (pirámide de carácter
sagrado erosionada), son los restos de tres pirámides de ladrillo de barro que
terminan en una superficie plana, profundamente deterioradas por la erosión.
Dentro de las de menor tamaño, los arqueólogos han encontrado varias tumbas de
los antiguos gobernantes mochicas adornados con oro y plata, además de otros
tesoros. Antes de este descubrimiento no se habían realizado excavaciones
científicas en las tumbas mochicas, aunque se sabía de su existencia porque
algunas de ellas habían sido saqueadas. La información sobre los gobernantes
mochicas procede de las pinturas de los muros de los antiguos templos y túmulos,
y de las piezas de cerámica pintadas con elaboradas escenas de ritos
ceremoniales. Los estudios realizados han revelado que los objetos enterrados
con los gobernantes moches eran similares a los representados en la alfarería y
los frisos. Se han hallado tocados, bastones de mando, cálices, mantos,
cinturones, ornamentos y otros objetos identificados como elementos usados en
sacrificios y otros ritos. La relación entre este material y los objetos
plasmados en la iconografía hizo pensar a los arqueólogos que las ceremonias
descritas en las vasijas, incluidos los sacrificios humanos, se correspondían
con hechos reales y que los personajes que aparecían en las pinturas habían
sido enterrados en las tumbas de Sipán (Gifford,
1985).
Los señores de Sipán fueron sepultados dentro de tumbas rectangulares a gran
profundidad, con sus trajes ceremoniales de oro y plata, abalorios de concha,
plumas y otros adornos, así como cientos de vasijas con ofrendas. También fueron
sepultados en ellas los miembros de su séquito, esto es, los guardianes,
sirvientes, concubinas y esposas (Gifford, 1985).
La cultura mochica o moche precolombino, que tuvo lugar en la costa septentrional
del Perú durante el periodo transcurrido, aproximadamente, durante los siete
primeros siglos de la era cristiana, y que recibe el nombre del valle Moche. Ocupó una franja costera de unos
trescientos kilómetros que iba desde el valle de Lambayeque hasta la cuenca del río Nepeña, siendo la zona central la comprendida entre los valles de Chicama y Trujillo. La base de su
economía fue la agricultura por irrigación que les permitió ampliar los
terrenos utilizables más de un 50%. Las construcciones hidráulicas, como el
reservorio de San José, el acueducto de Ascope
y la acequia de la Cumbre, la utilización de fertilizantes (guano) y una
racional organización del trabajo permitieron la obtención de excedentes y la
formación de una sociedad, productos vegetales y la domesticación de animales
como el pato, el cuy y la llama (Gifford,
1985).
Sus realizaciones arquitectónicas fueron
monumentales y de una gran complejidad. En el valle de Moche encontramos las huacas
del Sol y la Luna, inmensas plataformas de carácter piramidal construidas en
adobe. Otros centros importantes son Pañamarca,
en el valle de Nepeña, Huaca Cortada, Huaca Blanca y Mocollope.
La cerámica ha sido dividida en cinco fases (de Mochica I a Mochica V) y tanto su decoración pictórica como escultórica
han permitido conocer con bastante precisión la vida y el pensamiento de
aquellas gentes. En ellas encontramos personajes, templos, viviendas, escenas cotidianas,
rituales, mitos, animales y plantas. Su organización política fue estatal,
predominando los estamentos militares y sacerdotales, y contando con
especialistas, artesanos capaces de plasmar en diferentes soportes los mensajes
fundamentales destinados al grupo. Una visión de su concepción religiosa nos la
proporciona la excavación de la tumba del Señor de Sipán donde un importante monarca aparece enterrado en compañía de
dos mujeres y dos hombres sacrificados para acompañarle. Está cubierto de
mantas preciosas, abanicos, pectorales y adornos de oro, plata y cobre. La
cultura mochica es considerada el precedente de la denominada cultura chimú (Gifford, 1985).
CONCLUSIONES
Las
conclusiones son breves, hasta aquí hemos podido en cierta medida dar a conocer
algunas costumbres y practicas funerales con respecto a la asignación y
distribución espacial del ritual en la geografía que tienen diferentes culturas
en diferentes partes del mundo, mostrándonos de este modo una uniformidad.
No quiero entrar en una teorización profunda,
pero es necesario mencionar que el único mito universal descansa en la
prohibición del incesto, según Levi-Strauss. Pero hay un sinfín de prácticas
culturales y creencias míticas que demuestran que no solo la prohibición del
incesto es universal. Así, el miedo a la muerte, las prácticas y creencias
funerales a los muertos, como a la muerte misma coinciden en su función como en
su estructura cultural en pos de la búsqueda de la eternidad después de la
muerte. Por último los espacios destinados al albergue de los cuerpos de los
difuntos concuerdan con la direccionalidad cardinal, en una línea
oriente-occidente, siguiendo al sol: símbolo del eje del nacimiento de la vida,
y la muerte, la cual no es el fin si no un pasó a otra vida o estado diferente
del espíritu humano.
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