PONENCIA. CRIM-UNAM.
Ofrenda y cosmovisión: Significado de las ofrendas del ritual de petición de lluvia, en San
Andrés de la Cal. en la Mesa Redonda. El Norte de Morelos ¿Una Región?, Miguel Morayta, Fernanda Paz coordinadores, CRIM/UNAM-Centro INAH. Septiembre de 1998.
César Augusto Ruiz Rivera.
Mal se ha apreciado la originalidad de los mitos sin contemplar el análisis comparativo. Pero buscando la dualidad que pudiese tener un mito con algún elemento de la naturaleza, del cosmos, o de la realidad social, cambiante en el tiempo y en el espacio cultural, que imprime en el ser humano la capacidad nata de crear una cosmovisión que llene su espíritu de satisfacción e imaginación. Sin duda la cosmovisión en San Andrés de la Cal, Morelos asocia la época de cultivo a partir del desfile de numerosos individuos de la flora y la fauna, en un lapso relativo, con un ritmo cultural cambiante, revalorizado y aceptado.
Considero que los relatos y costumbres se deben de confrontar, que hagan ver que constituyen un solo mito, e ilustran varios estados de una misma transformación. Que los cambios sufridos en el ritual y la ofrenda, el significado y los símbolos se pierden en una penumbra cultural, pero que no se olvidan. La comparación de los diferentes elementos culturales permiten interpretar detalles oscuros y confusos, por lo que el análisis del detalle cultural oscuro lleva a confrontarlo al cultivo, a lo doméstico y gastronómico, a la medicina tradicional, a la tecnología apropiada, y a lo astronómico.
Los rituales que se realizan en cuevas, manantiales y lugares sagrados tienen como finalidad el convocar a los “Señores del tiempo”, por medio de las ofrendas se les ofrece un pago a cambio de un favor necesario para la vida y sobrevivencia dentro de la naturaleza, contemplada como una extensión de la existencia humana.
El campesino “calero”, entrelaza sus concepciones cosmológicas con las prehispánicas sobre la fertilidad, las observaciones y conocimientos ancestrales sobre acontecimientos de los movimientos astrales junto con fenómenos naturales y atmosféricos y nos enseñan que repercuten en las actitudes cíclicas de especies animales y vegetales. La fertilidad, en San Andrés, es un asunto divino y se creo en su cosmovisión una convivencia con sus dioses, tanto en la tierra como en el campo celestial, y esto provoca la perdida energética de la naturaleza, por los continuos cambios climáticos. De ahí que la ofrenda, como elemento religioso, se dirigiera a la recuperación energética.
Su simbolismo y finalidad evoluciono a lo largo de muchos siglos, de la evolución del maíz y del desarrollo de su cultura. La lucha ideológica religiosa se ubica en los diferentes periodos históricos, aunque su finalidad original nunca se olvido.
Los ciclos naturales sugieren que primero hay que nacer, después morir; antes de sembrar es necesario recoger la semilla, después del cultivo se cosecha, es decir:
1) Siembra ________ Muerte.
2) Cultivo _________ Nacimiento.
3) Cosecha ________ Muerte.
A) Lluvia _______ Fertilidad.
B) Seca ________ Muerte.
En San Andrés de la Cal, la mazorca tiene una maduración sobre la planta del maíz; este desarrollo comienza con el jilote, el cual se convierte en camahua, prosigue en elote, continua en mazorca, para finalmente convertirse en semilla al desprenderse del olote. La semilla debe morir en la tierra por medio de la fertilización de la tierra por el agua de lluvia o por cocción. El elote y la mazorca mueren por separación o decapitación de la planta.
Según la gente de San Andrés de la Cal, Tláloc y los “Señores del tiempo” y los aires preparan la lluvia en las cuevas. Sahagún nos dice que durante el temporal de lluvias las nubes se hinchaban y formaban los truenos, se estacionaban y se descolgaban en las cumbres de las montañas.
Cuando recién comienza el temporal de lluvia, en una ocasión uno de los huehuentle decía al escuchar tronar el cielo:
Ya va a llover, los Señores del Tiempo están tomando en cuenta nuestra ofrenda y petición, ahora los ahuaques van a regar las milpas recién sembradas. Pero también hay que cuidarse de no enfermar.
Sitios localizados en San Andrés como Tepepolco, tiene un significado parecido al de los aztecas en la cuenca del lago de Texcoco; así mismo Acuitlapilco como resumidero de agua. Pantitlán, “centro de la tierra”, era un remolino localizado en el centro del lago de Texcoco.[1] Esto nos sugiere que había ritos, costumbres y una cosmovisión compartida entre las culturas nahuas del centro de México. Por lo que considero que la cosmovisión de San Andrés incorpora elementos culturales aztecas.
En San Andrés también las cuevas se asocian con la creación y el nacimiento. Xochitenco y Xochiocan acogen en sus significados el elemento flor, que en la simbología mesoamericana representa la matriz, el origen y el Tamoanchan (paraíso mesoamericano). En San Andrés, Xochiocan es el lugar de origen y en donde nacía el agua fertilizante.
Hay una gran similitud con respecto a la peregrinación de los aztecas, con la partida del antiguo pueblo de Acacueyecan. Sahagún dice que después de permanecer en Chicomoztoc por largo tiempo, los aztecas partieron y llegaron a un lugar llamado Tollantzinco. Entonces pasaron a Xococotitlán, llamado Tollan.[2] La significación de Tollantzinco y Tollan hace referencia a un lugar de carrizos, por lo que es sorprendente que aztecas y caleros hayan salido de un lugar donde existió el carrizo. Tal parece que los antiguos caleros adoptaron el mito de origen de los aztecas, al grado de incorporar el paisaje mitológico a la geografía local.
Los caleros dicen también que Tepepolco “es la puerta al mundo de los ahuaques”, en el pueblo en los días de fiesta de los muertos, ya que son ellos los que regresan del inframundo[3] a festejar y participar de la ofrenda que se les ofrece, se colocan flores en las tumbas de los ahogados y los tocados por rayo, en el día de los asesinados y accidentados el 28 de octubre.
Entre los aztecas las almas que residían en el Tlalocan no permanecían con los tlaloques para siempre, que había una evolución de las almas de aquellos que morían por intervención de Tlaloc y regresaban a la tierra después de cuatro años.[4] En San Andrés estos difuntos son los únicos que conviven con los ahuaques y permanecen en el petlacalco por cuatro años. Antiguamente los niños sacrificados a Tlaloc pasaban a ser tlaloques y señores del agua.
Los tepetlacalco nos remite a la un recipiente recaudador del agua divina, sustento que se almacena y redistribuye a la naturaleza por medio de la ofrenda y del ritual de petición, por lo que los cerros se les compara a una bodega. El significado de la palabra tepetlacalco apoya esta asociación; petlacalco significa “tesorería pública del imperio” y se deriva de la palabra petlacalli, casa de piedra.
El petlacalco azteca se ubicaba en la planta baja del palacio del emperador azteca, por lo que sugiero que el petlacalco de San Andrés se convierte en una casa/estado/región (cosmológica). Así como el petlacalli almacenaba los valores del reino, el petlacalco o tesorería pública, servía como almacén para el poder político. Los tepetlacalco en San Andrés, cosmológicamente, representa la casa/almacén de los ahuaques, que hacen redistribuir la riqueza a los hombres por medio de la lluvia.
Esta función es totalmente afín en el mito de la Tienda encantada ubicada cerca de la cueva de Tekuanquiahuac, que según la gente se habré en año nuevo a cierta hora de la noche y quién tiene la suerte de verla abierta tiene la oportunidad de sacar mercancía (maíz, fríjol, semilla de calabaza) se convierte en este mundo en oro, plata y jade. El maíz, para la gente de San Andrés, es considerado como el oro, por ser el alimento más precioso otorgado por los dioses a los hombres; a la plata se le da un significado paralelo al fríjol, por consiguiente se le da un valor secundario; el jade se asocia por su color a la semilla de calabaza y renovación de la naturaleza,[5]
El maíz es el alimento fundamental para los habitantes de San Andrés y para los hombres del México antiguo y moderno, es la columna vertebral de la economía de las sociedades prehispánicas y agrarias actuales, que llegaron a imaginarlo como eje sobre el que se ordenaba el mundo. Para los pueblos mesoamericanos era considerado la materia misma con la que los dioses crearon al hombre, se le considera un regalo divino que los dioses crearon y procuraron para la existencia del hombre. Es, hasta nuestros días, objeto de un culto expresado en multitud de representaciones en la mitología, en la escultura, en la pintura, en poemas, cantos, etc.
Del maíz se obtiene un hongo llamado cuitlacoche considerado, en San Andrés, al igual que los metales preciosos como excrecencias divinas.[6]
El mito de la tienda encantada tiene su paralelismo en el Tonacatepetl de los aztecas, como Montaña de nuestro sustento, que contenía los granos primordiales del maíz y se habría por medio de magia para revelar sus riquezas.
En San Andrés de la Cal, en la cueva de xochiocan, se dice que hay una caverna que se conecta con el Chalchihuiltepetl (otras versiones dicen que con el cerro del tepozteco o las grutas de Cacahuamilpa), solo con suerte se puede abrir este túnel, y con valor se enfrenta a un gigante que permite la entrada a la persona afortunada, advirtiéndole de que debe de afrontar tres peligros: luchar con un jaguar, con una serpiente gigante y engañar al demonio, al final de estas tres pruebas se encuentran todo tipo de riquezas. Probablemente al hombre gigante se le pueda identificar con el mítico “Dueño de los animales” de la antigua mesoamérica. Esta cueva y el concepto de la Tienda encantada son muy significativos por ser actualmente lugares de culto. La asociación con una puerta y de encontrar riquezas, al diablo y al Dueño de los animales, nos habla de la importancia que tienen las cuevas desde la época prehispánica como entrada al mundo subterráneo donde existe agua, maíz y riquezas.
Hemos estado viendo como la cosmovisión calera comparte elementos cosmológicos mesoamericanos. Las similitudes sin duda derivan de un mito común, modificado de acuerdo a las necesidades geográficas encontradas localmente.
Las ofrendas que se ofrecen en San Andrés a los señores del tiempo, en lugares sagrados son para asegurar la sobrevivencia en un medio ambiente de régimen de temporal, siempre cambiante, que en tiempos de secas se torna difícil de soportar. La descripción que la gente ofrece, del ciclo agrícola, proporciona una explicación dinámica de la llegada del temporal de lluvias y resume el papel mutuo de obligatoriedad cuando se hace el pago de la ofrenda. Esto es lo que caracteriza la relación entre humanos y las fuerzas sobrenaturales.
Las ofrendas cumplen, por lo tanto, varias funciones: son vehículos de la presencia del hombre en los dominios de la naturaleza sagrada; pagan, retribuyen y tranquilizan a los ahuaques, por la molestia que les causa esa presencia; aplacándolas, buscan que ellas retribuyan el pago con beneficios para los seres humanos.
Con el regreso anual a los Tepetlacalcos y Xochiocan en San Andrés, especialmente, por parte de los peregrinos rumbo a la ofrenda, recrean su propia historia en un viaje hacia el pasado, experiencia equiparada solo con el nacimiento y la muerte. Esto involucra un paso al centro del origen del símbolo de los elementos de la cosmovisión, que se encuentran en la naturaleza, en el medio ambiente y en el cielo. Las cuevas son lugares donde el cielo, la tierra y el inframundo convergen, donde la creación y el paso de la vida a la muerte es cíclica: Del caos cósmico surge la creación.
En San Andrés el ciclo agrícola del cultivo del maíz, que transcurre de la siembra del grano en la milpa, el nacimiento o germinado de la planta del maíz y la cosecha de la mazorca se convirtió en algo sagrado, muerte-resurrección de la naturaleza y de la vida misma. Ese nacimiento, cíclico, verde del maíz forma parte de un poder regenerativo y cosmogónico de la renovación de la naturaleza y de la existencia humana. La planta del maíz y sus dioses representativos en sus diferentes etapas del crecimiento guardan símbolos referentes a la fecundidad, renacimiento e inmortalidad, sin dejar de lado la muerte misma, la cual no significaba el final.
En San Andrés la ofrenda es el acto más importante del ritual, es un pago que significa mucho para el que lo da incluyendo la propia vida o la de un ser querido.[7] A esta idea de dar se le espera siempre la de recibir algo a cambio; los “sacrificios” que se hacen para la compra de las ofrendas se hacen por que se necesita hacerlos, aunque esa necesidad sea psicológica.
En San Andrés se cuenta un mito con pocas variantes, según el huehuentle Don Ángel:
Hace mucho tiempo existió, en San Andrés, un príncipe que le gustaba sembrar maíz, y en una ocasión la diosa Xochiquetzal bajo a la tierra y caminando por el pueblo, se encontró con el príncipe que trabajaba en su milpa, Xochiquetzal le pidió un poco de agua, y el príncipe le ofreció tomar de su bule, el se enamoro al instante de ella y le ofreció en regalo su milpa, ella se dio cuenta que lo había enamorado y le correspondió su amor con entrega total. Al suceder esto, los dioses se enojaron, que no quisieron que un mortal fuera marido de una diosa, que en castigo y recompensa lo convirtieron en alacrán y dios, por lo que fue mandado al cielo en forma de estrella de la tarde, en castigo tendría solo un momento durante la madrugada para disfrutar de la compañía de Xochiquetzal.
Otras analogías indican que como pariente de los bebedores de pulque, Napatecutli-Ometochtli comparte sus atuendos y su parafernalia, entre ellos la ya nombrada hacha (tepochtli) de Tepoztecatl y de Tepoztlán, que acompaña a Mayahuel en el Códice Laud.
En el icono del Códice Laud,[8] es Tlaloc mismo quien se ve como el poseedor del hacha, el meteorito azul y humeante que tumba árboles, y se inscribe así en el equipo de los trece señores del día que prepara las milpas de los agricultores.[9]
Los cerros y el agua eran dos elementos necesarios para concebir la vida en las comunidades mesoamericanas y ambos elementos apuntan hacia lo más importante de la cosmovisión mesoamericana.
Los cerros tienen la función de retener las aguas como “vasos grandes o casas llenas de agua; y que cuando fuese menester se romperán... y saldrá el agua que dentro está, y anegará la tierra; y de aquí acostumbraban a llamar a los pueblos donde vive la gente altepetl, que quiere decir monte de agua o monte lleno de agua.”[10]
Dentro de la división ritual del año, correspondiente a la temporada de lluvias se adoraba a Tláloc fusionado con otras deidades, el cual unía sus atributos a los dioses de la lluvia, del maíz y al del la fertilidad.
Se puede encontrar un sin fin de elementos jeroglíficos relacionados las ofrendas de San Andrés en diferentes códices que sería enorme enunciar, pero mencionaré algunas.
Tezcatlipoca es el dios creador. Se le asocia al cielo nocturno y esta conectado con todos los dioses estelares, con la luna y con aquellos que significan muerte, maldad y destrucción, es el dios patrono de los hechiceros, salteadores y príncipes, y es el eternamente joven. Dios de la providencia, que entiende de todos los asuntos humanos; inventor del fuego, señor del frío y del hielo, del pecado y de la miseria. Se le caracteriza en los códices por un espejo humeante, colocado en la sien, y otro que sustituye al pie que le arrancó el monstruo de la tierra; mito que significa que a veces, en latitudes australes, una de las estrellas de la Osa Mayor desaparece del cielo porque queda abajo del horizonte. Tezcatlipóca es un dios nocturno, negro y su rostro lleva la pintura facial a rayas horizontales, amarillas y negras, conocida con el nombre de ixtlán tlatlan, que caracteriza a todos los Tezcatlipocas, pero variando el color, que es rojo y amarillo en Xipe, azul y amarillo en Huitzilopochtli. Alfonso Caso, El pueblo del sol, p. 42 - 45.
Por las figuras indicadas en el Tonalámatl del Códice Borbónico un ciempiés, aparece en la lamina 13, entrelazado con una víbora como las formas del signo ollin que se aprecia en el Códice Borgia, en esta lamina Tlazoltéotl, diosa de la tierra y de las inmundicias y regenta de la decimotercera sección del Tonalamatl, Ce ollin, uno movimiento, que representa el tlalli iyollo, el corazón (el interior) de la tierra, se le representa cubierta con la piel de una víctima sacrificada y concibiendo a un niño imagen de sí misma, se encuentra frente al dios Tezcatlipóca, ambos presiden el acto carnal, pero su característica principal es una venda de algodón sin hilar que lleva en el tocado. Como los númenes del pulque, Tlazoltéotl es una deidad de la cosecha. Su hijo es Cintéotl, dios del maíz.
En la lámina 19 de este mismo Códice, aparece otro ciempiés saliendo por debajo de la diosa Xochiquétzal, diosa lunar juvenil y Señora de la decimonovena sección del Tonalámatl, es extraña la pintura facial de la diosa: la mitad superior de su rostro es amarillo, la inferior azul; la línea divisoria entre ambos colores está formada por discos blancos de concha. También la franja en la parte inferior de su enagua es azul con hileras de discos blancos de conchas, lleva en la coronilla los dos penachos de pluma de quetzal, el rostro aparece dentro de las fauces de un ave con aspecto de paloma, asoman por la boca un cuchillo de piedra y unas flores. Sobre la silla de la diosa se ve un jaguar que le sirve de asiento de color castaño, con pintas negras alargadas; bajo su pie hay una serpiente y bajo el asiento un ciempiés, en el ángulo superior derecho aparece representada la primera pareja humana que están en postura yacente, los cuerpos están ocultos bajo una cobija pintada con los colores del chalchíhuitl, se supone que la pareja esta representando el coito y la fertilidad humana; también vemos en esta lámina la representación de una cancha de juego de pelota.
En otra imagen del Códice Vaticano, Xochiquetzal aparece, como de costumbre, suntuosamente ataviada. Ostenta una pintura facial roja, de nariguera, una placa de color turquesa con forma de mariposa. Pero aquí no asoma, como los regentes del vigésimo signo de los días, por las fauces de un quetzal, sino por las de una serpiente pintada con los colores del chalchíhuitl. Los ome quetzalli, o sea los dos penachos de plumas de quetzal, en la coronilla Xochiquetzal, su insignia, no se encuentran en estas imágenes en su lugar, sino en el extremo de la boca de la serpiente que forma su máscara-yelmo.
En el Códice Telleriano-Remensis los dos penachos de plumas de quetzal ocupan un sitio en la coronilla de la diosa, pero entre ellos hay una flor, de suerte que el conjunto representa su nombre Xochiquetzal, en forma de jeroglífico, el rostro está pintado de amarillo y rojo, su cabeza asoma por las fauces abiertas de un pájaro dibujado a manera de quetzal, en la mano sostiene un tzotzopaztli, está arrodillada en un asiento, de cuya parte posterior cuelga posiblemente un jaguar rojo con garras, hacia adelante sale una serpiente que muestra los colores de la coralillo y abajo de su asiento asoma un ciempiés; esta imagen se parece a la del Códice Borbónico.
En imágenes de las láminas 13, 14,15 y 16 del Códice Vaticano B, una serpiente se enrosca alrededor de la casa del cielo y un ciempiés en torno a la de la tierra.
En la lamina 47 del Códice Borgia se ve a una ciuateteo vomitando un ciempiés, el cual representa su nahual, el ciempiés significa hechicería o maleficio. El significado de la palabra ciuateteo lo da el diccionario tarascó de Gilberti, donde esta su nombre tauani y en seguida de este dice thaua-curita, pecado (maldad), representa el maleficio.
Según un mito mexicano, existe una relación entre los dos astros del cielo matutino, la luna que desaparece entre los rayos del sol y la estrella de la mañana, que sale antes del sol: relación directa e íntima, pues se creía que el lucero del alba nacía de la luna.
Para los antiguos mexicanos Citlalícue, Citlalcueye, y Citlaltónac, eran una sola deidad, o varias deidades creadoras con una enorme trascendencia. El nombre de las dos primeras significa falda de estrella y el de Citlaltónac “donde las estrellas brillan”. Personificaban a la Vía Láctea y eran identificadas con los dioses duales, y de los mantenimientos, o sea, con el principio engendrador que envía la vida a los niños al nacer.[11]
En el códice Borbónico Citlalícue es considerada el treceavo regente de la trecena del Tonalámatl. Se representa con una falda con círculos blancos y una careta de calavera. En el atlas de Dúran, la falda tiene dibujada estrellas, lleva una nariguera escalonada, y en cada mano una planta.[12] Beyer identifica a la Vía Láctea con el mítico Tamoanchan y piensa que el símbolo del glifo de Tamoanchan, un árbol partido, es una forma que aparece en la galaxia.[13] Del Paso y Troncozo une a Citlalícue con Mixcóatl, en calidad de esposa y supone que ambos presiden la Vía Láctea.[14]
Hay aquí una relación con Xiuhtecutli, dios del fuego, no sólo porque en este mes se encendía el Fuego Nuevo al iniciar un xiuhmolpilli,[15]
Más interesante es la relación del año y la turquesa, xihuitl, como turquesa, se asocia además con el agua y por ende con Tláloc. Éste y Huitzilopochtli, con templos gemelos en Tenochtitlan, marcan las dos partes del año, pero Tláloc es el que será invocado al inicio de cada periodo de 360 días, y el que trae el reverdecer de los campos, el xiuhyoa, la formación de la planta de maíz, que será adorada con Centeotl en el Xiuhcalco. La raíz xihuitl se repetirá una y otra vez para indicar el inicio del año con la nueva vegetación que gracias a Tláloc brota en las milpas.[16] Pero la mayor precisión en cuanto al inicio del año la marcan los astros (xihuitl también quiere decir cometa). La ceremonia de xiuhtzitzquilo se hacía al inicio del año.[17] Durán afirma que quiere decir “tomar el año o los ramos” y que se celebra al inicio del primer mes: Cuahuitlehua. Entonces tomaban las yerbas y lanzaban las piedras del tecuilli al lago por el fin del xiuhmolpilli anterior.[18]
[1] Duran, Historia de las indias de Nueva España e islas de tierra firme; Sahagún, Op. cit.
[2] Sahagún, Op. cit.
[3] No considero al inframundo prehispánico a imagen y semejanza del infierno judeo-cristiano.
[4] López, Tamoanchan y Tlalocan.
[5] A los ojos de los pueblos mesoamericanos era el material más valioso (incluso más que el oro) por su resistencia y durabilidad, era símbolo de la respiración, de la vida, de la fertilidad y el poder político, el uso del jade estaba reservado fundamentalmente a los miembros de las clases dirigentes, representa los deseos más profundos, la inmortalidad y la eternidad. El oro se puede fundir, martillar, aplanar y convertir fácilmente de una forma a otra, con lo que pierde su identidad original. El jade por el contrario resiste cualquier intento de cambiarlo con algo menos duro. Por eso para las civilizaciones mesoamericanas, el jade era el único material disponible de mayor dureza, resistencia y consistencia. Ridinger, “El jade”. En Arqueología mexicana, pp. 52 - 66.
[6] Sobre esto nos hablan algunos códices con pinturas y glifos, así como también varios cantares y otros testimonios en lenguas indígenas, sobre todo en nahuatl. Teocuítlatl excrescencia divina por excelencia, se llamaban esos metales: Cóztic, amarilla, o sea el oro (maíz, sol); íztac, Blanco, la plata (fríjol, luna). Antiguamente, el oro y en menor proporción la plata, eran buscados y recibidos como tributo, sobre todo por las creaciones que con ellos se lograban. Por eso el Teocuítlatl, era tenido como un don divino, era a la vez símbolo y metáfora con un rico universo de significaciones. El patrono de los artífices del metal precioso era Xipe Tótec, Nuestro Señor, dueño de la fertilidad, el que se revestía con la piel de la víctima ofrecida para fomentar la vida del sol. León-Portilla, Oro y plata de mesoamérica vistos por indígenas y europeos, en Arqueología mexicana, Vol. V., núm. 27., pp. 16 - 25.
[7] González 1994: 25.
[8] Ibíd.: 45.
[9] Códice Borgia.: 18-21.
[10] Sahagún Op. Cit., t. 3: 344.
[11] Caso, Op. Cit.
[12] Duran, Op. cit.
[13] Herman Beyer, La astronomía de los antiguos mexicanos.
[14] Francisco del Paso y Troncozo, Papeles de la Nueva España.
[15] Códice Borbónico: 34.
[16] López et tal. 1991: 95.
[17] Sahagún, Op. cit. II: 25.
[18] Durán, op cit.: 239. Sahagún se refiere al siglo de 52 años, Durán en cambio habla del año. El rito probablemente se celebraba tanto al fin del xiuhmolpilli como del xiuhpohalli.
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1 comentario:
Buenas tardes, me gustaría saber si aún se puede conseguir su libro sobre San Andrés la Cal.
Muchas gracias.
Saludos
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